Carmen Serrato tenía 58 años y durante toda su vida aguantó palizas y humillaciones. Estaba tuerta, porque él le había sacado un ojo. Su hija tenía 33 años, un pequeño de dos y otro en el vientre. Las mató a las dos, les descerrajó dos tiros a cada una con una recortada. Luego llamó a sus hijos: “Ahí tenéis vuestra herencia”, les dijo. Después, se pegó un tiro en la cara. Está grave pero su vida no corre peligro.
Dice el relato de El País: “Los vecinos de la urbanización donde vivían las víctimas, en la calle Manzanilla, no salían de su asombro. ‘Era un hombre que no daba problemas, aunque no lo conocíamos bien, sólo de hola y adiós’, decía una vecina que prefiere ocultar su nombre”.
A ver. Que me digan a mí qué pinta ahí esa declaración de una vecina que, además, ni se identifica. ¿Qué aporta? Y es falaz, porque no es cierto de no diera problemas, los daba y muchos, y desde antaño, pero a esa vecina tan amorosa de la calle Manzanilla nunca le dijo otra cosas que hola y adiós, nunca la amenazó de muerte, nunca le rompió un brazo o la cara, nunca le sacó un ojo. A ella no le daba problemas. Los dos periodistas que firman la información tampoco tuvieron problemas para recoger ese testimonio sin el cual la información se entendería exactamente igual.
Aunque no sé por qué me irrito. La vecina podía haber añadido que nunca dio problemas: “Oiga, todos los días sacaba a pasear a su perrito y recogía las cagaditas”.
Dice el relato de El País: “Los vecinos de la urbanización donde vivían las víctimas, en la calle Manzanilla, no salían de su asombro. ‘Era un hombre que no daba problemas, aunque no lo conocíamos bien, sólo de hola y adiós’, decía una vecina que prefiere ocultar su nombre”.
A ver. Que me digan a mí qué pinta ahí esa declaración de una vecina que, además, ni se identifica. ¿Qué aporta? Y es falaz, porque no es cierto de no diera problemas, los daba y muchos, y desde antaño, pero a esa vecina tan amorosa de la calle Manzanilla nunca le dijo otra cosas que hola y adiós, nunca la amenazó de muerte, nunca le rompió un brazo o la cara, nunca le sacó un ojo. A ella no le daba problemas. Los dos periodistas que firman la información tampoco tuvieron problemas para recoger ese testimonio sin el cual la información se entendería exactamente igual.
Aunque no sé por qué me irrito. La vecina podía haber añadido que nunca dio problemas: “Oiga, todos los días sacaba a pasear a su perrito y recogía las cagaditas”.
La foto es de designios.net
8 comentarios:
Lucía, para que a los (algunos) periodistas les deje de extrañar, haz que tus alumnos lo repitan cien veces:
Los asesinos también dan los buenos días.
Y sacan la basura, y al perro... Son siempre de lo más normal, claro. (casi) Todos los vecinos de (casi) todos los asesinos dicen lo mismo. No llevan a diario un cuchillo y un rifle. Si no, ellso o sus vecinos no seguirían allí.
Creo que ya saben que Hitler acariciaba a su gato, pero cuando se ponen a escribir, parecen olvidarlo.
Tienes toda la razón. Los testimonios de los vecinos sobran, pues no ofrecen "otra versión" ni otro retrato del asesino, sino que no aportan absolutamente nada. Periodísticamente es un recurso engañoso y hasta yo diría que tramposo. Y narrativamente desfigura el relato y le despoja de coherencia. Pero se ha hecho costumbre acercar el micrófono a los vecinos. A falta de material de más valor (aquí, sin embargo, lo había: el testimonio de los hijos), se les pregunta a los moscones encantados de decir cualquier insignificancia con tal de verse en la tele. Como observa David, lo que dicen casi siempre es lo mismo: "Era gente normal. Iba a la compra. Salía a la calle. No se metía con nadie. Quién lo iba a pensar". Palabras de paja, imágenes de relleno.
Hoy El País trae un reportaje con los testimonios relevantes: los de los hijos.
http://www.elpais.es/articulo/sociedad/anos/infierno/silencio/elpporsoc/20060829elpepisoc_3/Tes/
El panorama es escalofriante.
¿Qué me decís de aquéllos que tienen órdenes de alejamiento, denuncias, etc. y consiguen arrancar la vida de sus víctimas?
A veces quien viola la orden de alejamiento es ella.
Sí, Lucía, ésa es otra...
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