miércoles, diciembre 26, 2007

Floreros siglo XXI




Era un recurso del que nos valíamos para identificar a un tipo de mujer: “Tiene el aspecto de ser la foto de agosto de un calendario de camionero”. Y del tirón, identificábamos también a un tipo de hombre, que no tenía porqué trabajar en el ramo del transporte pero sabía de los días del año por un calendario de aquellos. Eran clichés, sí, pero nos servían. Este año la idea se ha extendido tanto, que los días del año no nos darían para disfrutar de tanta imagen.
Ignoro cuál es el origen de esta democratización de los calendarios, ignoro a quién se le ocurrió por primera vez participar en esa idea de aficionados al erotismo, pero quién fuera hizo gala de un cierto ingenio; quienes después lo han copiado no solamente carecen de imaginación sino que carecen de pudor y la timidez es un excelente salvavidas para quien siente la irresistible tentación del protagonismo. A mí esos proyectos me producen un aburrimiento tal que bostezo ante la idea de saber de un nuevo calendario. Y son tantos.
Este año, quien quiera puede tener los doce meses de un equipo de rugby vizcaíno, de estudiantes −ellas y ellos− de la Autónoma de Barcelona, de las madres de un colegio de no quiero saber dónde −no sea que mi hijo conozca a alguno de los de ellas− y, en fin, lo más impensable era que la Iglesia se apuntara a la moda y, sin embargo, ahí tenemos a unos jóvenes sacerdotes del Vaticano posando para recaudar fondos. ¿Qué habrá sido del calendario zaragozano y de aquellos almanaques con frases de santos? Porque ellos lo aseguran pero, al ver a los curas del calendario, puede pensarse que se trata de modelos de cualquier firma de ropa un poco recatada.
No obstante, esta moda tan erótica y aparentosa tiene un punto progresista: una buena parte de los meses tiene por objeto a un hombre −varón− bien plantado y orgulloso de exhibirse como objetivo de las miradas. Es un cambio de papeles. La mujer observa, mira, disfruta del cuerpo masculino; deja traslucir sin pudor que acaso sienta algo más que curiosidad, que el cuerpo de un hombre no la deja fría, que como aquel del cliché acaso disfrute de un calendario para su camión. Es un decir. Porque ahora, ella no solamente conduce el camión, sino que lo tiene en propiedad. O quizá el cambio más radical no esté en quién observa −puede ser un hombre que gusta de mirar a los hombres, o una persona que mira a otra persona−, sino en que él se deja mirar, se deja seducir como objeto de atracción. Es el florero del siglo XXI. Ella puede elegir el objeto que le gusta, ese del que disfruta. Y acaso en su fuero interno sonría a la vista de los clichés que ellos han construido y que ahora les obligan. Son más esclavos de ellos mismos de lo que nunca habrían pensado.
Publicado en El Correo el 24 de diciembre de 2007, en Opinión.
La foto es de uno de los del Vaticano.

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