Lo cuenta Paul Auster en su último libro:
Un individuo entra en un bar de Chicago a las cinco de la tarde y pide tres whiskies. No uno tras otro, sino tres a la vez. El camarero se queda un poco perplejo ante tan insólita petición, pero no dice nada y le sirve lo que le ha pedido: tres whiskies escoceses, colocados en fila sobre la barra. El cliente se los bebe uno tras otro, paga y se va. Al día siguiente, aparece de nuevo a las cinco y pide lo mismo. Tres whiskies a la vez. Y vuelve al otro día y al otro, y así durante dos semanas. Finalmente, el camarero no puede reprimir por más tiempo la curiosidad. No quisiera meterme donde no me llaman, le dice, pero lleva dos semanas viniendo por aquí y siempre me pide tres whiskies, y simplemente quisiera saber por qué. La gente los pide de uno en uno. Ah, contesta el cliente, la respuesta es muy sencilla. Tengo dos hermanos. Uno vive en Nueva York y el otro en San Francisco, y los tres estamos muy unidos. Para honrar nuestra amistad, entramos cada uno en un bar a las cinco de la tarde y pedimos tres whiskies, brindamos en silencio a la salud de los demás, y hacemos como si estuviéramos juntos en el mismo sitio. El camarero asiente con la cabeza, entiendo por fin el motivo de tan extraño ritual, y se olvida de la cuestión. El asunto dura cuatro meses. El individuo va todos los días a las cinco de la tarde, y el camarero le sirve las tres copas. Entonces ocurre algo. El hombre se presenta una tarde a la hora acostumbrada, pero esta vez solo pide dos whiskies...
Detengámonos. Vamos a ver cuántas hipótesis eres capaz de generar, cuántas explicaciones te ofrece tu mente.
La primera es obvia: uno de los hermanos ha muerto. Pero eso no tiene gracia. Es un chiste. Y los chistes han de hacer reír.
¿Se te ocurre alguna otra? Pregúntate si tiene gracia, porque hasta que no te rías, no hallarás el chiste.
O, si lo prefieres, seguimos.
El camarero se queda preocupado, y al cabo de poco se arma de valor y dice: No quisiera entrometerme, pero lleva cuatro meses y medio viniendo aquí y siempre me ha pedido tres whiskies. Hoy me pide dos. Ya sé que no es asunto mío, pero confío en que no haya pasado nada malo en su familia. No ocurre nada, contesta el cliente, tan animado y alegre como siempre. ¿Qué sucede, entonces?, pregunta el camarero. Pues muy sencillo, contesta el cliente. Yo he dejado de beber.
Auster, Paul. Viajes por el Scriptorium. Anagrama, Barcelona, 2007. pp.168-170
De este chiste -muy bueno- me interesan dos cosas: cómo está narrado, cómo repite información ya dada. Y, sobre todo, cuál es el proceso de quién lo escucha por colocar la ficha que dé sentido a todas las demás. Pero... los chistes, para ser buenos, han de ser imprevisibles, imposibles de adivinar.
Yo elaboré dos hipótesis: Uno había muerto, uno había dejado de beber. No pensé en quién. Por eso me reí tanto.
Yo elaboré dos hipótesis: Uno había muerto, uno había dejado de beber. No pensé en quién. Por eso me reí tanto.
Creo que he mejorado la traducción de Benito Gómez Ibáñez, con perdón.
La foto es de un güisqui, cualquiera de ellos.
3 comentarios:
Gracias por la historia, por el reto y por las solución; que como buen chiste ha provocado en mi primero desconcierto y, como no, una gran carcajada.
Un saludo.
Me he reído, y eso que no soy muy de chistes. Lo de repetir la información ya dada es una de las claves para ser una buena narradora de chistes. Los típicos amigos expertos en contarlos consiguen mantener la atención durante muchos minutos y no defraudar con el desenlace.
Otra posibilidad... torrentiana (de José Luis Torrente, no de Ballester):
Le dice al camarero después de beberse los dos primeros: yo no bebo, que estoy de servicio y tengo que apatrullar las calles.
Fary, d.e.p., maestro.
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