Me ha sucedido en al menos tres ocasiones. Una fue con un pelagatos de tres al cuarto (un charlatán que había llamado al periódico para hacerse publicidad) y no me importó nada de nada. Renuncié a ella y a otra cosa, escarabajo.
La segunda fue en una conversación telefónica con Juanito San Martín. No me grabó ni siquiera una palabra. Tuve que tragar saliva, llamarle de nuevo y pedirle que lo repitiéramos.
La tercera sí me grabó, pero por alguna razón la cinta se rompió. La había hecho con el aparato pequeñito y esas cintas una vez abiertas no se pueden volver a pegar, a no ser que se tengan dedos de los niños de 'La lista de Schindler', de los que salvó para que pulieran las balas por dentro. Total que tuve que volver a Madrid. La idea de viajar otra vez era estupenda, pero sale caro.
Cuando la grabadora falla y hay que repetir la entrevista se siente una profunda vergüenza, como si lo hubieras hecho a propósito, como si la máquina fuera un apéndice tuyo que te ha salido por peteneras, como si te hubieras echado un pedo en una entrevista de trabajo.
Pocas veces se convierte en una ventaja que actúa como ensayo de lo que se desea sacar. La mayor parte de las veces el entrevistado ya está avisado y se puede repensar las respuestas, estructurarlas mejor. Le resta espontaneidad.
Por lo que sé, todos los periodistas tienen al menos una aventura de esas en su mochila. Esa es la razón de que estemos histéricos con la máquina, todo el rato mirando si la luz parpadea o se ha muerto, si la cinta gira o está catatónica.
¿Hay algún periodista en la sala?
La segunda fue en una conversación telefónica con Juanito San Martín. No me grabó ni siquiera una palabra. Tuve que tragar saliva, llamarle de nuevo y pedirle que lo repitiéramos.
La tercera sí me grabó, pero por alguna razón la cinta se rompió. La había hecho con el aparato pequeñito y esas cintas una vez abiertas no se pueden volver a pegar, a no ser que se tengan dedos de los niños de 'La lista de Schindler', de los que salvó para que pulieran las balas por dentro. Total que tuve que volver a Madrid. La idea de viajar otra vez era estupenda, pero sale caro.
Cuando la grabadora falla y hay que repetir la entrevista se siente una profunda vergüenza, como si lo hubieras hecho a propósito, como si la máquina fuera un apéndice tuyo que te ha salido por peteneras, como si te hubieras echado un pedo en una entrevista de trabajo.
Pocas veces se convierte en una ventaja que actúa como ensayo de lo que se desea sacar. La mayor parte de las veces el entrevistado ya está avisado y se puede repensar las respuestas, estructurarlas mejor. Le resta espontaneidad.
Por lo que sé, todos los periodistas tienen al menos una aventura de esas en su mochila. Esa es la razón de que estemos histéricos con la máquina, todo el rato mirando si la luz parpadea o se ha muerto, si la cinta gira o está catatónica.
¿Hay algún periodista en la sala?
9 comentarios:
La última: el año pasado, para mi tesis, entrevisté a un director de cine español. Tres horas largas de jugosa conversación. Dos grabadoras, por si acaso. Probadas y reprobadas, pilas nuevas. Aún así, un desastre: una no grabó (y juro que el pilotito rojo estaba encendido) y la otra funcionó a velocidad de pitufo.
¡Qué inepto soy!
Aquella noche al volver a casa quise tener la memoria de Truman Capote...
Me voy a poner regañón. ¿Y el papel y el boli? Yo he hecho pocas entrevistas, pero aunque ponga la grabadora siempre tomo notas de la entrevista. Me sirven para apuntar o subrayar asuntos sobre los que más tarde repreguntaré, para tener una guía cuando me toque hacer la transcripción, y, sobre todo, para tener una versión un poco tartamuda de la entrevista: luego la completo con la literalidad de lo que suelta la grabadora.
Nunca me ha fallado la grabadora (ya digo, la he usado poco) pero creo que en algunos casos mis notas me salvarían. Hombre, no salvarían una conversación de tres horas como la de Nahum. Pero sí, quizá, la charla con el pelagatos. Reconozco, evidentemente, que si es una entrevista especialísima a alguien especialísimo en la que haya que tener exquisito exquisitísimo exquisitérrimo cuidado con cada palabra, las notas no serían suficientes. Pero en los viajes nunca uso grabadora y estoy acostumbrado a transcribir conversaciones detalladas (no muy largas, eso sí). Luego os cuento una batallita divertida sobre algún truco para transcribir conversaciones.
La memoria de Capote: interesante cuestión...
Hace poco, entrevisté a una escritor nada interesante, y se me estropeó la grabadora. Como a todos, no se me grabó nada. El resultado: una entrevista mucho más interesante, porque me la tuve que inventar.
Va la batallita (trucos para tomar notas sin dar la nota).
Estábamos en Australia, en casa de un emigrante vasco que llevaba 40 años en aquel país. Pasamos un día y medio sin apenas levantarnos de la mesa del salón, porque el hombre era un contador de historias fantástico. Se ponía a hablar y nos tenía a todos agarrados por los buevos: a ratos nos emocionaba hasta la lagrimilla y la carne de gallina, a ratos nos carcajeábamos hasta que nos dolían los higadillos. Y así horas y horas.
Como éramos bastantes (diez personas, incluido él), yo podía tener el cuaderno un poco a escondidas, en mis rodillas, y tomar notas de sus historias de un modo bastante discreto. Pero en la cena no podía sacar el cuaderno, hubiera quedado bastante feo. Y el hombre contó algunas historias tremendas de emigrantes fracasados y destrozados por la nostalgia. Yo sabía que si no tomaba notas olvidaría buena parte de sus frases, sus giros, algunos detalles. Así que me levanté varias veces al baño, para sacar allí unos papelotes y apuntar a toda prisa las frases que quería recordar.
La tercera vez que volví a la mesa, la mujer del emigrante (otra emigrante, asturiana), se me acercó y me hizo una sugerencia con mucho tacto:
-Te vendría bien un zumo de limón, ¿verdad?
A mí me ha pasado varias veces. Dos me di cuenta de que el aparatito no funcionaba al poco de empezar, y entonces me puse a tomar más notas (la desventaja es que no miras a los ojos al tipo, y que hay gente que se pone nerviosa cuando, después de que han dicho algo, bajas la cabeza y anotas: ¿qué habré dicho?, parece que piensan, y pierden el hilo). Otra vez no me di cuenta hasta que terminamos. Se lo dije al escritor. Se rió: me contó que a él le había pasado con una entrevista muy importante a un jefe de estado, y le contó a la grabadora recuperada una versión resumida de la historia: un profesional.
Pero peor que encontrar que la grabadora no funciona fue el día que me di cuenta de que me la habían robado de mi cajón en la redacción, con varias entrevistas grabadas y sin publicar.
Pues a mí no me ha pasado nunca, y toco madera. Además, como hace Ander, combino la grabadora con las notas, lo que me sirve para ir preparando preguntas sobre la marcha, porque rara vez llevo un guión.
Además, me estoy dando cuenta de que estáis muy anticuados. Hace años que no utilizo grabadoras de cinta, que dan mal resultado. Por si no lo sabíais hay unas cosas llamadas minidiscs y otras bits (risa malévola). ¡Es hora de pasarse al digital, compañeros! Por si fuera poco, estas máquinas te preguntan quinientas veces a ver si estás seguro y requeteseguro de que quieres borrar el contenido.
Por cierto, acabo de regresar de Madrid de hacer una entrevista muy interesante y no he comprobado si se ha grabado algo...
El uso de las notas depende de muchas cosas: del tipo de entrevista, de la forma que vayamos a darle como texto periodístico, de cómo se exprese la persona, de nuestros usos como periodistas...
Hay un libro delicioso de Parmeno en el que entrevista a toreros. Las hizo a principios del XX, y por descontado que no uso sino papel y lápiz. Son sorprendentes porque recoge con fidelidad todos los acentos de los toreros. Algunos cecean, otros sesean... Son fantásticas. Ese es el libro en que aparecen frases que han hecho mucha fortuna: más cornadas da el hambre, lo que no puede ser no puede ser y es que además es imposible, y así.
Márquez también rechaza el uso de aparatos de grabar. Yo lo uso, me da seguridad y permite que pueda escuchar atentamente lo que dice el entrevistado.
Y francamente, Zigor, no creo que la cosas dependa de que la grabadora sea digital o no, sino de los avatares de cualquier oficio.
A mí me falló la grabadora entrevistando a un sindicalista en una manifestación y tiré de ese invento maravilloso que es el MP3. Sirve no solo para oir música y almacenar archivos sino para hacer grabaciones de voz que luego se oyen bastante bien. La única pega que le encuentro es que las pilas se gastan en seguida, y como ocurra no se salva nada de lo grabado.
Por otra parte, tengo la suerte de que en mi trabajo actual hago el 90% de las entrevistas por teléfono. Esto me permite escribir todo y tener encendidas dos grabadoras como mínimo sin miedo a que me llamen paranoica.
Me apunto a lo de las notas. No sólo te salva de cualquier contingencia, sino que además si las tomas bien termina por hacer casi innecesario escuchar la cinta (o la grabación digital, que por cierto, también puede fallar), salvo que se quiera rescatar una frase muy concreta. También ayuda mucho, por supuesto, el entrenamiento y una buena memoria.
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