Se llamaba Rocío, tenía 29 años y la mató por estrangulamiento. Vivían en un chalecito a las afueras de Jaén. Cómo sería la cosa que el marido, de nacionalidad argentina y 34 años, avisó a su abogado y se fue a confesar a comisaría. ¿Será diferente el resultado si se acompaña uno de un abogado? ¿Le pondrán alfombra roja? ¿Se sentirá menos cucaracha, menos culpable, menos asesino?
Una de las películas de los hermanos Cohen partía de una reflexión: no es fácil matar a una persona, porque tenemos tendencia a aferrarnos a la vida y no nos dejamos. Para estrangular, esto es, para matar por asfixia, se necesita una notable obstinación. Y en esos minutos puede uno plantearse qué está haciendo y si quiere seguir haciéndolo. O sea, que no es como dar un navajazo en un mal sitio o disparar directamente al cerebro. Los vecinos sabían que se llevaban mal, sabían incluso que durante un tiempo estuvieron separados. No se sabe si él jugaba a cartas con los ancianos de la urbanización y felicitaba a su mamá cada aniversario. Suponemos que un día la quiso y ella también lo quería.
Extraña nube. La saqué de aquí.
1 comentario:
La 62 tenía 74 años. Madre mía.
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